Por tierra de contrabandistas: del Moraig al Llebeig


Entre la Granadella y el Cap d´Or, a las faldas del puig de la Llorença, se esconde un tesoro: aguas transparentes y de arriesgadas tonalidades azules a los pies de acantilados imponentes y playas desiertas. Son las calas de Benitatxell.
Cala del Moraig y morro Falquí
Cualquiera que pregunte por la costa al sur del Cabo de la Nao recibirá por respuesta la masificación, los carteles en inglés las construcciones estilo bungalows, los bares de guiris y el turismo vertical modelo Benidorm. Pero, desde luego, no todo es así. Aunque el turismo ha hecho estragos en la costa mediterránea, aún se conservan algunos parajes que han mantenido la esencia de esta tierra.

Cova dels Arcs
Antes de la explosión del turismo la población de la costa marinera de Valencia era humilde. La diferencia entre pescadores y agricultores, característica de toda la costa valenciana, se percibe con claridad en los núcleos tradicionales, en el interior, y las pedanías costeras: Xàbia-Duanes, o Teulada-Moraira. En el caso del Poble Nou de Benitatxell (el calificativo "nuevo" data de finales del siglo XVII; no lo es tanto), las condiciones orográficas dificultaban la instalación de un puerto, por lo que Benitatxell ha sido históricamente una población arraigada al cultivo del campo.

Pero esos mismos precipicios y montañas que desembocaban en el Mediterráneo podía tener otras utilidades no tan legales, como el contrabando. Pasear por la cala del Moraig, a orillas del Morro Falquí, o caminar por la cala del Llebeig, es de alguna manera experimentar las vistas de aquellos arriesgados piratas de las mercancías que aprovechaban los escarpados, las cuevas naturales excavadas en la roca y los acantilados para descargar y ocultar bienes ilegales.

Cova dels Arcs
Veamos, por ejemplo, la Cova dels Arcs; seguramente uno de los lugares más inquietantes y extraños que se pueden visitar en la costa valenciana. Caprichosas formaciones excavadas en la montaña por los que desembocan ríos subterráneos, y cuyo oleaje golpea con rabia las formaciones rocosas.

Cala del Llebeig
Sin duda, la cala del Moraig es la de más fácil acceso. La urbanización que cubre el Puig de la Llorença habilitó la construcción de una carretera, y se accede por una vía empinada pero sin dificultad (salvo cuando hay lluvia: cuidado con la advertencia). La llegada es sublime.

Mucho más salvaje es la cala del Llebeig, al sur del Moraig, donde solo se puede llegar caminando o por mar. Por tierra, una forma de acceder es atravesando un barranco, el de la Viuda, por un camino en el que hay que sortear rocas y desniveles. Al final, el premio. Desde la casa de techo rojo que luce abandonada en la cala vigilaban durante el siglo XIX los carabineros y, tras su desaparición, la guardia civil, para intentar evitar la llegada del producto del estraperlo. Misión difícil: los lugares eran muchos, así como la clientela.
Casa de la Guàrdia Civil. Cala del Llebeig


Además, en momentos de dificultad todo ingreso es bienvenido: los pobleros que ocupaban los casups de la cala del Llebeig podían ser, al mismo tiempo, agricultores, pescadores y contrabandistas.

Ahora ya no hay desembarcos nocturnos ni personas que suban los fardos a las espaldas por las escondidas sendas, barranco arriba. Ahora hay turistas que caminan en el filo del precipicio para conocer unas calas históricas, que siguen propocionándonos un agua nítida en unas vistas que estremecen. 

Cala del Llebei

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