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Mostrando entradas de enero, 2010

Si no hay final no hay principio

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El hecho de que el Cabo de La Nao fuera el entorno de mi infancia y adolescencia tenía algunos efectos particulares. Quizás uno de los más prácticos era recibir el nuevo año mirando hacia la salida del sol. Es lo que nos pasa a los del mediterráneo occidental: que hemos vivido saludando a los amaneceres. Levantarse al alba para ver la diminuta esfera solar era obligado después de una noche como la última del año, cuando con sabor a leña, los ojos achinados por el sueño y algo de frío, nos cobijábamos bajo los abrazos para disfrutar del aire fresco de la mañana y de los primeros rayos del nuevo periodo que parecía abrirse ante nosotros. Quizás sea por la madurez que necesariamente conlleva el paso del tiempo, pero ahora prefiero disfrutar de los atardeceres, y apuesto por éstos durante el último día del año. Mirar por ejemplo al Pacífico desde las alturas de Barranco, ese extraño barrio limeño donde parece que no haya pasado el tiempo, significa darse cuenta más de lo que se ha ido