Caracalla, Széchenyi y Papallacta
Entre las termas de Caracalla y las de Papallacta no hay sólo una distancia de algo más de diez mil kilómetros, según googlemaps, sino una verdadera diferencia en obtener el agua caliente. Los romanos en tiempo de Antonino -y no de Caracalla, que se apuntó el tanto- tardaron cinco años en construirlas, de los cuales dedicaron largo tiempo a descubrir cómo calentar el agua a través de dos hornos alimentados por las llamas que avivaban los esclavos. En Papallacta la cosa es más fácil: sale el agua caliente del fondo de la tierra y uno se sumerge en la piscina al aire libre. Usted sólo tiene que correr hacia ella con poca o ninguna ropa, procurando no pasar mucho frío (en el páramo no calienta mucho el sol), introducirse lentamente en el agua, y dejar que le inunda una sensación de bienestar difícil de describir. Salvando las distancias, la cosa recuerda a las memorables termas Széchenyi, en Budapest, las que quedan cerca del zoológico y, en especial, del mejor restaurante del país (y