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Mostrando entradas de noviembre, 2008

Caracalla, Széchenyi y Papallacta

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Entre las termas de Caracalla y las de Papallacta no hay sólo una distancia de algo más de diez mil kilómetros, según googlemaps, sino una verdadera diferencia en obtener el agua caliente. Los romanos en tiempo de Antonino -y no de Caracalla, que se apuntó el tanto- tardaron cinco años en construirlas, de los cuales dedicaron largo tiempo a descubrir cómo calentar el agua a través de dos hornos alimentados por las llamas que avivaban los esclavos. En Papallacta la cosa es más fácil: sale el agua caliente del fondo de la tierra y uno se sumerge en la piscina al aire libre. Usted sólo tiene que correr hacia ella con poca o ninguna ropa, procurando no pasar mucho frío (en el páramo no calienta mucho el sol), introducirse lentamente en el agua, y dejar que le inunda una sensación de bienestar difícil de describir. Salvando las distancias, la cosa recuerda a las memorables termas Széchenyi, en Budapest, las que quedan cerca del zoológico y, en especial, del mejor restaurante del país (y

Y usted, ¿qué necesita?

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Así es la cosa. Todos necesitamos algo, unos más que otros. Yo, por ejemplo, necesito que los de Tvcable se dignen a instalar el servicio que estoy pagando todo el mes y que no disfruto desde que cambié de apartamento. Han pasado dieciocho días desde aquello, dieciocho eternos días sin poder ver la serie de ciudades perdidas que pasan por el History Channel. Tampoco es que el cable me sirva para mucho más; no hay tiempo. Pero la televisión al aire ecuatoriana ofrece poca alternativa. Y los paseos de Josh Bernstein por la pirámide de Deydefra o buscando la ciudad Z entre los kuikuro amazónicos tienen, puedo jurarlo, capacidad de escape. También los budistas necesitan algo, aunque digan que no. El budismo se basa justamente en el desentendimiento de las necesidades, pero he aquí la gran paradoja: la llegada al nirvana también es una necesidad. No se practica la meditación de la burbuja ni se interna uno en el convento tibetano por amor al arte, sino por amor a la iluminación. Una ilum

No todos los días se cumplen cuarenta años

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Y yo tampoco lo hice ese día, pero ya voy en camino. De todas formas, si mi cumpleaños es con Ángela, con Katushka y con Fabiola, cumplir cuarenta, cincuenta o sesenta no parecerá tan grave. Ya sé lo que no faltará: no faltará un buen plato de pescado, -en este caso róbalo sudado con chupe de camarones- bañado con vino blanco bien frío; no faltará una noche apacible en Lima (noviembre ya es casi verano), con suave brisa del oeste, y no faltará el mar. No falt arán pisco souers, ni maracuyá souers, aunque dos de cuatro tengan que pasar el día siguiente en la cama. No faltará una buena conversación sobre el presente, el pasado y el futuro y, especialmente, no faltarán amigas como ellas. También sé lo que no tendremos: no estará Cala, porque han perdido el litigio contra la Municipalidad, y posiblemente desaparezca esta oportunidad de cenar al alcance de las olas. Es mi segundo cumpleaños en Lima, y a Ángela le debo haberme mantenido derecho en las dos ocasiones a pesar de los rones y

El día de Todos los Santos en el país de todos los santos

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Ir con las tres Lizbeths (Tania Lizbeth, Emilia Lizbeth y Lizbeth Liliana) rumbo al sur, hacia Ambato, el día de Todos los Santos, es también recordar que Ecuador es el país de todos los santos. Menudo trabajo hizo la iglesia, ríanse ustedes de la propaganda del imperio acadio. Ya saben: San Patricio, San Felipe, San Antonio... lugares, autobuses, comercios... los santos presentes en todo lugar. Por eso no es de extrañar que la afluencia a los cementerios el día de Todos los Santos no sea una presencia habitual, sino que sorprende por su alegría, en cierta medida jovialidad, y hasta las flores parecen más vistosas. Los familiares y amigos visitan el cementerio, comen sobre las tumbas, hablan a las personas que ya no están, e incluso cantan; junto al acordeonista, las penas son menos penas y el día pasa rápido. La ruta turística hacia Ambato tiene otros atractivos: probar el queso de hoja en Latacunga, saborear los helados de Salcedo en Salcedo, meditar frente a las aguas verdes de