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Mostrando entradas de julio, 2008

Los 444 artículos de Montecristi

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Ciudad Alfaro no es propiamente el nombre de una ciudad, sino de un complejo de medianas proporciones construido para el funcionamiento de la Asamblea Constituyente ecuatoriana. Se encuentra en la ladera de un monte a lo alto de Montecristi, Manabí, a un puñado de kilómetros de la base de Manta que Mahuad cedió a los norteamericanos hace diez años. La elección de Montecristi como sede de la asamblea no fue casual; en esta pequeña ciudad, a la que muchos turistas se acercan para comprar los originales sombreros Panamá , nació a mediados del siglo XIX Eloy Alfaro, dos veces presidente de Ecuador, héroe de la revolución liberal ecuatoriana, y emprendedor de la modernización del país contra las oligarquías más conservadoras. No en balde lo mataron y arrastraron su cuerpo por Quito hasta incinerar lo que quedaba de él en el parque del Ejido. En estos momentos, los restos de Alfaro reposan en un mausoleo construido junto a las instalaciones de la asamblea. La forma del mausoleo rememora el

La luz al final del túnel

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De pequeño mi madre me subía al tren de un par de vagones que salía de Teulada, y que cruzaba por una garganta donde en la piedra sólo se veían algunos arbustos de secano. Pegado al cristal observaba los precipicios; es la única imagen que recuerdo, además de la estación, detrás de la Mistelera, el enorme reloj y el mapa de cambios del tren dentro de la caseta. Y del túnel. No era un túnel largo, pero cuando uno es pequeño lo normal parece enorme. De los túneles aprendí las treguas de la oscuridad y la sensación de ver la luz al fondo. Creo que esa luz no me gustó. La luz se asomaba al principio, avisaba, y de repente ya estaba allí, confundida con el pequeño mundo del vagón. La luz al final del túnel representaba el regreso a lo que se ve, el fin del misterio, la venganza de lo conocido. Nunca me ha hecho mucha ilusión la luz al final del túnel. Es una luz que llega cuando uno no lo pide, como una visita molesta en un momento de intimidad. Por eso, en días como hoy, con dos noc

La última noche que iba a pasar contigo

La última noche que iba a pasar contigo no acaba nunca. Cuando pensé que podía coger mi taxi y huir campo a través (ciau, fue un gusto, hasta la siguiente, que será lejos de aquí), resulta que llega el vecino molesto a molestarte, como no podría ser de otra manera. Y claro, todo un caballero, te veo ultrajada y, a estas horas de la madrugada, con casi veinticuatro horas despierto, aún no sé si decidiré salir por la puerta de atrás, viendo tu sombra acurrucada en estado deplorable (quién te ha visto y quién te ve), o quedarme a tu lado para intentar calmarte y darte ánimos. ¿Pero servirán de algo esos ánimos? Ya a estas alturas lo dudo, aunque no me gustaría pensar que no. Son muchas las cosas que uno piensa que son justas, y que debe luchar por ellas. Pero el problema es más profundo. ¿Realmente me apetece quedarme? ¿Realmente debo quedarme? ¿Por qué no acaba de acabar esta última noche?

In dubio, pro constituyente

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El parto fue difícil, pero a la nueva Constitución del Ecuador sólo le queda deshacerse del cordón umbilical. Al amanecer del sábado, y casi hasta la extenuación, llegaron los constituyentes de Ciudad Alfaro, Montecristi, a la finalización de sus debates. En unas horas se conocerá la Constitución, formada por retazos de las más diversas procedencias, toda una metáfora del sustrato ecuatoriano. Una riqueza de culturas y visiones que se traduce en los productos de las diez mesas de trabajo que durante meses han trabajado en Manabí. Algunos dudan del resultado, no sin razón. El proceso, como cualquier proceso constituyente plenamente democrático, ha tenido que enfrentar sus contradicciones internas y su obstáculos externos, incluso sus peligros. Pero al final, las voluntades de los pueblos se imponen a los miserables intentos de acabar con las mareas democráticas en América Latina. Hay que tener fe. In dubio, pro constituyente.

Perdido

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Perderse en Manta un sábado por la noche es redescubrir suburbios de la mente que siempre habían estado ahí, pero marginados. Es encontrar sorpresas en las mesas de la Flavio Reyes, bebiendo y charlando, de pie o sobre las hamacas, en miradas de perfil y transversales. Es escuchar música armonizada con los ruidos de la calle, el claxon, un grito, la risa exagerada. Perderse en Manta es alejarse del momento para verlo ahí, como una obra de teatro en la que uno sólo es espectador, no protagonista. Y, al final, la naturalidad de las cosas en las luces del bar. Perderse en Manta es, de alguna forma, encontrarse.