Delfos, el fin y el principio
Este año, durante un inolvidable viaje por Grecia, cumplí un sueño: conocer el oráculo de Delfos. Era una luminosa mañana de marzo cuando salimos de Atenas hasta Tebas, bordeamos el monte Parnaso y llegamos a ese pequeño pueblo que durante siglos tomó las grandes decisiones del mundo. La chica de la cafetería nos había dibujado amablemente la ruta en una servilleta de papel, para qué más, y con la servilleta en una mano y el deseo de conocer el oráculo en la otra, condujimos hacia el oeste, hasta el mismo borde del estrecho de Corinto. No sabía muy bien qué me iba a encontrar en Delfos. No creía que fuera lo mismo que desean encontrarse multitudes de turistas de pantalones cortos, sandalias y camisas de flores, cámara de fotos en mano, que esperan que una pitia alucinógena desde la roca les hable de su futuro exhalando fluidos y vapores. Yo pensaba que la cosa sería más discreta, pero no oculto que tenía la intuición de que el oráculo de Delfos incidiría en mi destino, quizás en s