Delfos, el fin y el principio

Este año, durante un inolvidable viaje por Grecia, cumplí un sueño: conocer el oráculo de Delfos. Era una luminosa mañana de marzo cuando salimos de Atenas hasta Tebas, bordeamos el monte Parnaso y llegamos a ese pequeño pueblo que durante siglos tomó las grandes decisiones del mundo. La chica de la cafetería nos había dibujado amablemente la ruta en una servilleta de papel, para qué más, y con la servilleta en una mano y el deseo de conocer el oráculo en la otra, condujimos hacia el oeste, hasta el mismo borde del estrecho de Corinto.
No sabía muy bien qué me iba a encontrar en Delfos. No creía que fuera lo mismo que desean encontrarse multitudes de turistas de pantalones cortos, sandalias y camisas de flores, cámara de fotos en mano, que esperan que una pitia alucinógena desde la roca les hable de su futuro exhalando fluidos y vapores. Yo pensaba que la cosa sería más discreta, pero no oculto que tenía la intuición de que el oráculo de Delfos incidiría en mi destino, quizás en sueños, o con alguna imagen borrosa. Por el momento, las columnas del templo de Apolo y los restos de los tesoros en el serpenteado camino montaña arriba activaban mi imaginación, y apuntaban hacia la imagen del lugar dos mil años atrás, cuando era visitado por los grandes personajes en busca de la respuesta a sus dudas. “Conócete a ti mismo”, estaba escrito en la entrada del templo de Apolo, ante la vista de todo viajero que buscara las palabras del oráculo.
Durante siglos de historia, Delfos produjo miles de oráculos, y muchos de ellos cambiaron el devenir de la humanidad. Pero el principal estaba en su puerta, ya perdida desde hace siglos: conocerse a sí mismo no es cualquier recomendación. Es la condición para entender que, finalmente, la decisión está en el propio conocimiento. El oráculo de Delfos simplemente extraía la enseñanza que da respuesta a cualquier pregunta. El conocimiento propio implica acción, implica pensamiento. Ni la pitia me habló, ni soñé con el oráculo. Pero aprendí con el tiempo que nada más lejano de la realidad la idea de que el oráculo de Delfos transmita un mensaje de forma automática. El oráculo no dice lo que quieres oir, sino lo que debes oir, lo que forma parte de un proceso. Después de pasar por Delfos nadie es el mismo.
Por eso, en estos últimos momentos del año mi pensamiento es para el oráculo que, como esta noche, es a la vez final y principio.

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