Fenicia, Valle. Café, plataneras y una iglesia de hojalata.
No es fácil llegar a Fenicia, en el Valle del Cauca. Pero lo era mucho menos hace unos años, cuando la violencia asolaba este país y esta región. Ahora ya no es así. Ahora no es fácil, pero es seguro. Puedes alcanzar el lugar en una carretera serpenteante que sale desde Río Frío, a pocos kilómetros de Tuluá, y que te hará recorrer varios pisos térmicos en media hora pasando del calor al fresco, del sol a la neblina, de la palmera al café.
Fenicia, Valle, es un pueblo mágico, pero de los de verdad. Tiene una plaza con enormes abetos que se elevan por encima de la casa más alta, cafés en los que sirven el tintico bien caliente, y gente que mira de reojo y sonríe. Han vivido tiempos mucho peores, y pareciera que se esfuerzan en olvidarlos.
Fenicia, Valle, tiene una iglesia amarilla de hojalata. No es fácil descubrir cuándo se construyo; alguien nos dice que en la década de los cincuenta. Ahí está, apoyada en las montañas del fondo, y esperando que entremos. Si es domingo, hay dos misas breves, porque el sacerdote atiende decenas de veredas en el entorno. Si es entre semana y está cerrada, la señora que vive tres portales a la derecha le podrá abrir. No se pierda las tallas de madera de las columnas ni, en especial, la réplica del Señor de los Milagros de Buga. Pídale regresar a Fenicia, Valle. Creo que no tendrá ningún problema en concedérselo.
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