Chiva la Cariñosa
Para ustedes, como para mí, será una turisticada, pero es de esas turisticadas que no se pueden perder. Desde la avenida San Martín en Bocagrande, cerca del Hotel Caribe, pueden por unos miles de pesos subirse a una de las alegres chivas y dar un paseo por la Cartagena la bella. La nuestra fue la chiva La Cariñosa, con matrícula de Medellín. No se olviden de subir y bajar de frente, de lo contrario la experiencia fìsica puede ser peligrosa. Como ya lo es la psicológica. Si no, esperen a llegar a lo alto de la ciudad, en el monasterio de la Popa. La chiva circula con marchas cortas subiendo por el monte y dejando atrás, allá abajo, las murallas del XVI con los cañones apuntando hacia la bahía, el café del Mar, los hoteles de lujo (precio de la habitación: dos sueldos mínimos mensuales por día), la plaza de San Pedro y la estatua ecuestre de Bolívar ofreciendo el sombrero al sol. También dejarán atrás el monumento a los zapatos viejos, el castillo de San Felipe de Barajas con sus túneles y recovecos, y los vendedores de cámaras a precio de gallina flaca. Es decir, dejan atrás la belleza de Cartagena. Pero desde lo alto del monasterio de la Popa se ve la otra cara de la ciudad: la de la gente que vive en chozas de hojalata, y que come sólo cuando hay qué comer. Es lo que tiene el cariño, como la chiva: que te enseña lo bueno y lo malo del sujeto. La chiva la Cariñosa también tenía su parte de realidad, la que se encuentra no tanto en el ajetreo de la carretera como en los intentos mil de saciar al turista/consumidor en su afán de compra con una esmeralda o un sombrero de paja toquilla. Como le insistí con todo el cariño al señor que me lo ofrecía, mi sombrero ya me lo compré donde debía comprarlo: en Montecristi, Manabí.
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