Bajando por la carrera del Darro/Paseo de los Tristes, cuando ya había anochecido, Antonio me comentó que probablemente esa era la calle más bonita del mundo. Levanté los ojos y ahí estaba la Alhambra, Al Hamra , la roja, una de las primeras palabras que aprendí en árabe. En ese momento supe que tenía que subir, una vez más, a cegarme ante la belleza de los palacios nazarís, e imaginarme al niño Boabdil, rodeado del murmullo del agua y de olores de jazmín, recorrer los suelos enlosados pensando que estaba, realmente, en el paraíso. De todos los Boabdil con los que me he enfrentado, el que más me gustó fue el de Gala. Lo plantea como un hombre con sus fortalezas y sus debilidades. Quizás el hombre más desgraciado de la tierra, el que perdió Granada y, con ella, la Alhambra. Imagino su último vistazo hacia los muros rojos con la seguridad de no volver a verlos nunca más. No creo que llorara, a pesar de la historia cristiana del suspiro del moro ; de hecho, ya en ese momento no le de
Fenicia, Valle. Café, plataneras y una iglesia de hojalata. No es fácil llegar a Fenicia, en el Valle del Cauca. Pero lo era mucho menos hace unos años, cuando la violencia asolaba este país y esta región. Ahora ya no es así. Ahora no es fácil, pero es seguro. Puedes alcanzar el lugar en una carretera serpenteante que sale desde Río Frío, a pocos kilómetros de Tuluá, y que te hará recorrer varios pisos térmicos en media hora pasando del calor al fresco, del sol a la neblina, de la palmera al café. Este corregimiento de Río Frío acaba siendo imperdible para quienes quieren ver la naturaleza de la Cordillera occidental en todo su esplendor. A medida que se recorren los kilómetros cambia la fisonomía del paisaje y los horizontes se extienden. La plantaciones de caña, monopolio en el Valle, dejan el paso a montañas de café combinados con plataneras en pequeñas haciendas con sus casas tìpicas en lo alto. Las vistas a lo lejos están envueltas en un halo de irrealidad, como pantallas que pas
Ayer por la tarde, mientras escuchaba los ruidos que desde la calle entraban amortiguados en la habitación, recordé que desde la primera vez que llegué a La Paz -y hace años de ello- sólo he dormido en la avenida Arce: en sus hoteles, entre la plaza del Estudiante y la de Isabel la Católica, y en el diminuto pero acogedor edificio que nos alquiló Fernanda en el Illimani, desde donde se veía el volcán a lo lejos. Todas mis noches paceñas las he pasado cerca de la avenida, entre el bullicio al caer la tarde - Pérez un boliviano Pérez un boliviano - y la tranquilidad de la madrugada. La Arce es algo así como La Paz, como Bolivia entera me atrevería a decir: un conglomerado de cosas que al principio parece desconcertante, y luego fascinante. No le falta nada: las señoras de pollera que cruzan la avenida haciendo recados y llevando bolsas, los colegiales que regresan a sus casas en grupo, o los ejecutivos encorbatados que salen de las oficinas de alrededor. En la Arce se encuentra el mejor
Comentarios
Me fui de Barranquilla y me dicen que estallaron lluvias torrenciales ;)