El fantasma del Hotel del Prado
Como todo hotel antiguo que se precie, también el del Prado tiene su fantasma. El mejor hotel de Barranquilla, de ventiladores de madera en la entrada al patio y con habitaciones que dan a la balconada, lo observa deambular en silencio durante las noches calientes del norte costeño. Yo lo vi asomarse al espejo, abrir la puerta del baño y mover las cortinas de la ventana que da a la calle. No hay truco. Es natural saludarlo, y pedirle que se quede el tiempo que haga falta. En el caso del Hotel del Prado, el fantasma es el propio pasado, que se resiste a desaparecer, y permanece en las raídas moquetas que cubren las escaleras y en los ruidosos aparatos de aire acondicionado. Un día el hotel será reformado, y puede que el fantasma salga a la 54 y pida un taxi para irse lejos, hacia el norte, a un lugar donde cuando llueva no aparezcan arroyos peligrosos en las calles barranquilleras, sin distinción entre el norte y el sur, ni entre barrios pobres y ricos. Pero ese día el hotel del Prado ya no será un hotel con fantasma; será otra cosa. Y, por mí, si es esa la solución, mejor que se quede así.
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