"Los hombres que no amaban a las mujeres" o cómo dejarse atrapar por una novela de 666 páginas
Mi afición por la novela negra empezó por lo sencillo y fue menguando a medida que iba descubriendo otras cosas que involucraban más tiempo y más recompensas intelectuales. En el momento en que me preguntaba qué mente privilegiada podía imaginar un final aceptable para Diez negritos , por razones familiares (prohibición de un padre a un hijo adolescente) no pude ir al encuentro de seguidores de Agatha Christie -esa vieja aburrida que sabía escribir, como una vez me comentó un amigo- en Mallorca, con la excusa de que tiempo tendría para hacerlo; nunca más se reunieron o, al menos, ya no se me cruzó la oportundad. Con Arsenio Lupin, ladrón de guante blanco, pasé varios veranos oliendo a jazmín durante las noches en el cabo, cuando mientras caída la tarde, llegaba el fresco, y sonaba el ruido de los grillos en los pinares, el caballero ladrón se burlaba de todo y de todos con el descaro que le caracterizaba Luego vinieron algunos clásicos, incluso títulos de la tierra, como aquellos impe