Las Alasitas y la pintura de Santa Cruz
A las puertas del carnaval, es tradición paceña comprar deseos en pequeño. El mercado de las Alasitas es un rito, donde uno elige qué desea para el futuro cercano: si es una casa nueva, o reparar la suya, adquiere una miniatura de construcción con sus carros de obra y con garaje. Si prefiere viajar, un pasaporte que cabe en la palma de la mano. Así se pueden comprar objetos pequeños para casarse, para tener salud, para conseguir el título universitario... y por supuesto, dinero. Montoncitos de dólares y de bolivianos en tamaño miniatura que harían las delicias de los pequeños. Pero cuidado: con las Alasitas no se juega. La cosa va en serio. Que se lo pregunten si no a aquella señora que con ilusión llevó sus "alasitas" a los parientes en los Estados Unidos y la detuvieron en la aduana norteamericana por falsificación de moneda.
Desde la primera vez que me llevó Alejandro, hace algunos años, intento no perderme unas Alasitas. En esta última ocasión, con Katia y más amigos hicimos cola ante un tata indígena que con murmuros y ungüentos extraños, y frente a unas brasas con olor a incienso, nos "challó" todo el material que habíamos comprado, y que era mucho. La "challa" es una especie de bendición realizada a través de un rito perdido en los tiempos, y que activa la magia de las alasitas. Puede funcionar o no, pero eso es lo de menos.
A los pocos días de las Alasitas acontecen inevi-tablemente los carnavales. Los paceños son particularmente callejeros y musicales y, aunque los carnavales de Oruro son patrimonio intangible de la humanidad, yo disfruté también La Paz vestido de pepino en aquel traje que me regaló Marcela y con el que caminé por toda la 6 de Agosto ante la sorpresa de propios, extraños, y la mía. El pepino es el arlequín paceño, representación del anonimato; todos los disfraces son parecidos.
Pero el acierto este año fue conocer la locura cruceña. Los carnavales de Santa Cruz son especialmente coloridos, porque la gente entra en trance durante unos días y se empeña en mojarse con pintura que permanece durante semanas en la piel. Al trabajo se llega, después de los carnavales, de colores. Algunas de las paredes de la capital camba, especialmente en el centro, amanecen con los colorines, imagino que para disgusto de los dueños de las casas. Los previsores cubren puertas y muros pero, al final, no sirve de mucho. Al final, también es lo de menos.
Entre las Alasitas paceñas y los carnavales de Santa Cruz hay un hilo tejedor que envuelve ambas realidades. Personas soñando que se enfrentan a sus deseos, y personas riendo que hacen frente a los colores perdurables. Dueños, deseos, risas y colores es lo que define a la Bolivia de hoy. Ya tengo reserva para el próximo año.
Desde la primera vez que me llevó Alejandro, hace algunos años, intento no perderme unas Alasitas. En esta última ocasión, con Katia y más amigos hicimos cola ante un tata indígena que con murmuros y ungüentos extraños, y frente a unas brasas con olor a incienso, nos "challó" todo el material que habíamos comprado, y que era mucho. La "challa" es una especie de bendición realizada a través de un rito perdido en los tiempos, y que activa la magia de las alasitas. Puede funcionar o no, pero eso es lo de menos.
A los pocos días de las Alasitas acontecen inevi-tablemente los carnavales. Los paceños son particularmente callejeros y musicales y, aunque los carnavales de Oruro son patrimonio intangible de la humanidad, yo disfruté también La Paz vestido de pepino en aquel traje que me regaló Marcela y con el que caminé por toda la 6 de Agosto ante la sorpresa de propios, extraños, y la mía. El pepino es el arlequín paceño, representación del anonimato; todos los disfraces son parecidos.
Pero el acierto este año fue conocer la locura cruceña. Los carnavales de Santa Cruz son especialmente coloridos, porque la gente entra en trance durante unos días y se empeña en mojarse con pintura que permanece durante semanas en la piel. Al trabajo se llega, después de los carnavales, de colores. Algunas de las paredes de la capital camba, especialmente en el centro, amanecen con los colorines, imagino que para disgusto de los dueños de las casas. Los previsores cubren puertas y muros pero, al final, no sirve de mucho. Al final, también es lo de menos.
Entre las Alasitas paceñas y los carnavales de Santa Cruz hay un hilo tejedor que envuelve ambas realidades. Personas soñando que se enfrentan a sus deseos, y personas riendo que hacen frente a los colores perdurables. Dueños, deseos, risas y colores es lo que define a la Bolivia de hoy. Ya tengo reserva para el próximo año.
Comentarios
en fin, te dejo un abrazo,