¿Hacia dónde mira Bolívar?



Estatua en la plaza Bolívar
El 9 de abril de 1948 falleció Jorge Eliécer Gaitán a causa de tres disparos, uno en la nuca y dos en la espalda. El autor material del crimen fue Juan Roa Sierra, un fanático rosacrucista que se creía la reencarnación de Santander y, por lo tanto, predestinado para hacer cosas grandes.  Pero las sospechas de que el gobierno norteamericano estaba detrás del suceso, aunque nunca comprobadas, han planeado desde el primer momento. Gaitán, líder del Partido Liberal e ideólogo de su regeneración, era un potencial peligro para la tradicional hegemonía conservadora en el país y, en buena medida, en la región. La multitud linchó al autor de los disparos, y Colombia sufrió su particular segunda revolución, el Bogotazo. Todavía hoy se viven las secuelas.

La figura de Gaitán pervive en la actualidad colombiana, y Bogotá cuenta con varios lugares de interés. Pero el más singular es, sin duda, ese discreto cenotafio situado donde ocurrieron los hechos, en ese lugar de paso permanente en la ciudad que es la esquina entre la Jiménez y la carrera Séptima. Allí, varias placas, flores, admiradores, curiosos y turistas se reúnen en un improvisado momento de circunspección impropio de la bulliciosa Séptima. Lo que es aprovechado por Pablo, un joven de veintipocos años que reparte octavillas y pregona todo el día las ofertas de la sucursal de una cadena de pizzerias que está al lado, justo después del McDonald´s recorriendo la Séptima desde el sur. "Llego a repartir hasta tres mil al día", se vanagloria el chico, que no cobrará por ello más de un salario mínimo de no llega a 600.000 pesos, menos de trescientos euros al mes.


Pedestal en la estatua de Bolívar
El ejemplo de Pablo viene a mostrarnos la cruel realidad latinoamericana a la que parece que también estamos abocados los europeos: la desigualdad. En varios países de la región se han realizado esfuerzos para mitigarla, pero hasta ahora son procesos que duran varios años y cuyos resultados sólo se reconocen parcialmente. La Constitución colombiana de 1991 avanzó algunos aspectos de cambio en la sociedad que han sido visibles durante estas dos décadas, aunque palmariamente insuficientes. La afición tradicional de las elites colombianas ha sido deleitarse con los sueños sobre el Norte. Fíjense si no en la figura de Bolívar, de pie, a tamaño real, en la plaza que lleva su nombre. ¿Hacia dónde cree que dirige su mirada circunspecta, algo cabizbaja, si no es hacia tierras septentrionales? ¿Qué puede encontrar allá? ¿El lugar donde se redactó el Manifiesto de Cartagena? ¿Kingston, donde escribió la Carta de Jamaica con Montesquieu en la cabeza y El espíritu de las leyes como libro de cabecera? ¿O los Estados Unidos, que conocía, le atraían y, al mismo tiempo, entendía como ejemplo que las nuevas naciones latinoamericanas no debían imitar?

¿O quizás, por azares del destino, acabó mirando a la esquina de la Séptima con Jiménez, donde se produjo el asesinato de Gaitán?


Casa pintada
Unas calles hacia el occidente de la plaza Bolívar se encuentra, en un entorno deteriorado pero conservando la resplandecencia de tiempos pasados, la Casa Pintada. Por si no la recuerdan, es el fruto de las discordias de esa maravillosa metáfora sobre la dignidad que rodó Sergio Cabrera a principios de los noventa, cuando Colombia nadaba entre remolinos mucho más peligrosos quizás que los actuales. En la película, los vecinos se organizan para intentar que no tenga éxito el deshaucio de la casa que se propuso un político sin escrúpulos. ¿Todo esto para qué? -le pregunta el periodista al entrevistado. ¿Cómo para qué? -le contesta-, ¿Es que la dignidad no existe? En el plano final del filme luce la fachada con un graffiti demoledor: Ahí tienen su hijueputa casa pintada. 

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